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Familia

Perder el tiempo con los hijos.

27 de enero de 2020

La vida moderna nos ha llenado de ocupaciones y de “necesidades”. Tenemos que estudiar, trabajar, leer la prensa, ver la televisión, hablar con los amigos, ir al bar o al club, comer aquí, viajar allá… Algunos viven bajo la presión nueva y excitante de la computadora: hay que probar nuevos programas, “navegar” en Internet, estar al día con revistas de informática… Total, que no tenemos tiempo para casi nada, ni para cortarnos el pelo. A veces, ni para los hijos…

Si nos miramos al espejo y somos sinceros con nosotros mismos, nos daremos cuenta de que, cuando nos tocan el corazón, sacamos tiempo de debajo de las piedras.

Más de una vez nos habrá ocurrido algo parecido a esta escena. Una hija le pide a su padre que le arregle la muñeca. Respuesta casi automática: “ahora no tengo tiempo, cariño”. De repente, suena el teléfono. Avisan que la abuela acaba de ser ingresada al hospital. Papá y mamá dejan todo, y… sacan tiempo.

¿Hemos de esperar a una emergencia para darnos cuenta de que podemos dejar de lado mucho de lo que hacemos para invertir el tiempo en algo más importante? En otras palabras, ¿no podríamos descubrir la urgencia de invertir tiempo, lo mejor de nuestro tiempo, en estar con nuestros hijos?

Desde luego, cuando uno vuelve cansado del trabajo, no es que tenga muchas ganas de ponerse a gatas para jugar a carreras de coches con los niños, o que esté de humor para desenredar la trenza de la pequeña de casa, o que pueda sentarse al lado de quien no tiene ganas de estudiar para hablar en serio, “de hombre a hombre” o “de mujer a mujer”. No se trata de estar siempre con los niños. También los esposos deben planear sus momentos de descanso y de intimidad. Lo que sí es importante es dejar tiempos, invertir los mejores tiempos -en momentos claves del día, en los fines de semana, en las vacaciones- para los hijos. Y eso es posible. No hay que esperar a que un niño se ponga enfermo para dedicarle horas y días enteros, cuando antes casi nunca encontrábamos un buen tiempo para él.

Una vez que hemos tomado la resolución de dedicar tiempo para lo más importante, para los hijos, aunque caigan los mejores culebrones de televisión o las copas de los sábados con los amigos, hay que dar un segundo paso: ¿en qué invertir ese tiempo? Es decir, ¿qué espera un hijo de sus padres? Los pedagogos nos darán muchos consejos válidos e interesantes, aunque no todos nos dirán lo mismo. Por nuestra parte, podríamos indicar que no es muy importante el qué, sino el cómo. Puedo estar tres horas con un hijo para resolver problemas de matemáticas, pero no darle el cariño que me pide. O puedo estar dos minutos con el pequeño que tiene miedo antes de dormir, y con un beso, un apretón de manos y un detalle -que van desde un dulce hasta un pequeño regalo para sus sueños infantiles- para que el niño sienta, de verdad, que su padre lo ama como nadie en el mundo.

Muchas veces lo que más quiere el niño es poder hablar, expresarse, contar su vida. A veces sufre traumas en la escuela que no se atreve a descubrir en casa porque siempre papá y mamá “están muy ocupados”. El no manifestar algo serio puede llevar al niño a problemas psicológicos graves y muy dolorosos, que luego nos van a quitar tiempo y energías en consultas con pediatras, psicólogos, médicos… Bastaría con tener algún momento al día o varios momentos a la semana para que el niño cuente lo que le han enseñado, a qué ha jugado, quiénes son sus amigos, si hay algún maestro que lo trata mal, o si alguien en la escuela parece que lo “quiere demasiado”… Un padre y una madre que aman captarán en seguida los problemas que puedan darse, y podrán empezar a buscar soluciones que, en los problemas más graves, cuanto antes se tomen mejor.

El juego también es un momento especial para entrar en el mundo de los niños. Nos quita mucho tiempo, y por eso no siempre es fácil bajar a las mil aventuras que los hijos viven, con una imaginación sin límites, cuando cogen una escoba, o una muñeca, o un avión en miniatura. Pero alguna vez a la semana, si no tenemos problemas de lumbago, hay que ponerse a gatas y jugar con el coche de carreras para ver quién gana, o sentarse todos juntos para dedicarnos, en familia, a las cartas o al parchís.

También los niños parecen divertirse mucho cuando ven la televisión. Aquí hay que estar atentos a lo que ven en esa pantalla imprevisible. Cuando hay un solo televisor en casa, es fácil el control, pero a veces los padres permiten que los niños vean programas de adultos (que incluso no siempre convienen para los mismos esposos) que luego pueden dejar ideas muy equivocadas sobre la vida y la familia. En otros hogares los niños tienen televisión en el cuarto, pero la verdad es que así se corren riesgos muy altos. Por eso no hay que tener miedo a tomar una decisión radical: no dejar una televisión en el cuarto de los pequeños si no podemos estar seguros de que no van a ver nada que les pueda dañar.

Al final, más de uno habrá pensado: muy bonito como teoría, pero… No hay “teoría” más revolucionaria que la que va acompañada de amor. Quizá hasta ahora no hemos sabido acompañar nuestro amor a los hijos con una reflexión profunda de lo importante que es dedicarles lo mejor de nuestro tiempo. Pero con amor, no sólo no nos faltará tiempo, sino que lo emplearemos a fondo, para el bien de unos hijos que lo merecen todo, aunque “perdamos” un poco de nuestro tiempo (que es, sobre todo, de ellos y para ellos).

Fuente/Autor: Fernando Pascual

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