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Familia

EL SENTIDO Y LA MISIÓN DE LA FAMILIA

27 de enero de 2020

Folleto EVC No. 626

INTRODUCCIÓN

El mundo parece, en algunos casos, un desierto espiritual, con grandes zonas de escepticismo y de desánimo.

Las dificultades, problemas, que hoy vive la humanidad; nuestra sociedad, en las crisis familiares, divorcios y familias incompletas es un hecho con el que nos enfrentamos todos los días.

Ahora bien, si son graves y numerosas las amenazas son también grandes las esperanzas. Si hay muchas sombras, se aprecia el rumbo positivo de tantos hogares, que a pesar de las dificultades externas e internas a su propia familia, han sido fieles a su vocación y a su misión. Familias que viven con plenitud el sacramento del matrimonio. Familias donde se dice un sí a Dios, al amor, a la vida, a la verdadera libertad y al respeto mutuo.

¿Cabe hablar de una misión de la familia? O más bien cada familia tiene su misión, su identidad. ¿Hay algunos valores que están en la base de la identidad y misión de la familia?, ¿O estos valores pueden fácilmente cambiar sin perjuicio del desarrollo de la familia, de la sociedad y de la Iglesia?

Para dar respuesta a estos interrogantes y profundizar en el sentido y la misión de la familia en el mundo, actual debemos girar alrededor de dos grandes temas:

El designio de Dios sobre el matrimonio y la familia.

Las tareas o cometidos generales de la familia.
EL DESIGNIO DE DIOS SOBRE EL MATRIMONIO Y LA FAMILIA.

¿De dónde proviene la tendencia hacia el matrimonio y la familia?, ¿La tendencia del hombre y la mujer a unirse en una convivencia conyugal?

En primer lugar podemos decir que el matrimonio o la familia no es simplemente una costumbre social, o una forma que impone la autoridad o un remedio para las debilidades humanas. La respuesta la encontramos en el mismo designio de Dios sobre el hombre: “Dios ha creado al hombre a su imagen y semejanza: Llamándolo a la existencia por amor, lo ha llamado al mismo tiempo al amor; (FC No. 11).

De aquí se desprenden varias consecuencias:

*Que somos criaturas: Dios es el Creador y nosotros las criaturas. Dios tiene un plan sobre mí que soy criatura. Este plan, esta llamada personal que Dios me hace la inscribe en mi ser y por consiguiente la capacidad y la responsabilidad de amar y de comunicarme. El amor me viene de lo alto.

*Que somos criaturas llamadas a realizar algo: por tanto el amor es la vocación, la llamada fundamental e innata de todo ser humano.

*Que somos criaturas llamadas, pero libres de elegir y que la verdadera libertad está en elegir esta vocación al amor.

* Que Dios tiene dos modos de llamar: uno de los dos modos, para realizar esta vocación es el matrimonio, el otro la virginidad.

*Que soy criatura con un cuerpo y un espíritu: El hombre está llamado al amor en su totalidad unificada, es decir, alma que se expresa en un cuerpo. En virtud de esta unión sustancial con un alma espiritual, el cuerpo no puede ser reducido a un complejo de órganos, tejidos y f unciones, sino que es parte constitutiva de la persona, que a través de él se manifiesta. El amor abarca también al cuerpo.

*Si mi cuerpo no es solo un complejo de órganos, tejidos y funciones, por esto mismo, la sexualidad no es algo puramente biológico, sino que afecta a lo más íntimo de la persona humana: a su cuerpo y a su espíritu. Es necesario considerarlo como valor de la persona, en cuanto creado a imagen de Dios.

*El único “lugar” donde se hace posible la donación total de un hombre a una mujer es el matrimonio, es decir, en esa elección consciente y libre con la que el hombre y la mujer aceptan la comunicación íntima de vida y amor que Dios mismo ha querido. En contraposición a lo que hemos dicho, el mundo en que vivimos rechaza muchas de estas ideas: se puede hablar de justicia, de familia, de amor pero no tienen como punto de referencia a Dios.

Al hombre de hoy le gusta ser “creador”. Hacer uso de su cuerpo y de su sexualidad según su “plan creador”, no como criatura. Su “libertad” está en definir irracionalmente las reglas del juego. Ir contra su misma naturaleza. En una palabra, no aceptar el designio de Dios sobre el matrimonio, la familia y la propia persona. Y como dice Víctor Frankl: “Cuando la gente vuelve la espalda a Dios ocurre lo que está ocurriendo: se llega al desprecio de la vida”.

LAS TAREAS O COMETIDOS DE LA FAMILIA CRISTIANA

En el designio de Dios la familia no solo descubre su identidad como una “íntima comunidad de vida y amor”, sino también su misión, su cometido que es el de custodiar, revelar y comunicar el amor de, Dios por la humanidad.

Bajo esta luz unitaria hay que ver las cuatro tareas de la familia cristiana en las que se expresa su misión y vocación: Bajo el prisma del amor. Y en ese sentido cada una de esas tareas no es, sino la explicación de ese designio de Dios sobre la familia, y que consiste en esta llamada al amor. Como dice Juan Pablo II en la Familiaris Consortio: Familia “Sé” lo que eres.

¿Cuáles son estas tareas?

* En primer lugar vivir, crecer, perfeccionarse hacia dentro como esposos, padres e hijos y de ahí sale el primer cometido: Formar una comunidad de personas.

*En segundo lugar crecer, perfeccionarse para servir a la vida,. Primero, por una parte: participando en el amor de Dios y en su poder de Creador “mediante la cooperación libre y responsable de la transmisión del donde la vida humana”. Segundo, por otra, parte educando a los hijos hasta la madurez.

*En tercer lugar esta experiencia de comunión, fuerza y cohesión vivida dentro de la familia debe proyectarse a la sociedad, siendo el motor del desarrollo de la misma. Este es el tercer cometido: su participación en el desarrollo de la sociedad.

*Y una cuarta tarea, no menos importante, consiste en la edificación del Reino de Cristo en la historia, mediante la participación en la vida y misión de la Iglesia.

Los dos primeros cometidos están encaminados a fortalecer y robustecer esa comunidad de personas, al servicio de la vida, que después se proyectará en el mundo exterior como primera célula de la sociedad y como Iglesia doméstica.

A) La formación de una comunidad de personas:

Si la vocación, la misión de la familia, cómo ya hemos dicho, es la de custodiar, revelar y conservar el amor, será precisamente el amor, el principio interior, el motor, la fuerza que construya esta comunidad de personas.

¿Qué vendría a ser una familia sin amor?, ¿Un hotel?, ¿Un cuartel?, ¿Un conglomerado, más que una intima comunión de personas y cuántas veces un purgatorio y no pocas un infierno?

El amor va creando esa atmósfera de comunión y de espontánea libertad en la que se desarrolla armónicamente la personalidad humana de toda la familia: entre esposos, entre padres e hijos y demás familiares. Se forma un hogar propio, sin oler a leña de otro hogar, como dice la canción.

1) La primera comunión que se instaura es la de los cónyuges que hunde sus raíces en el complemento natural que existe entre el hombre y la mujer, animados por compartir lo que tienen y sobre todo lo que son. Es una comunión que se caracteriza por su unidad y por su indisolubilidad.

Como nos dice la Gaudium et Spes no. 48: “Esta unión íntima, en cuanto donación mutua de dos personas, lo mismo que el bien de los hijos, exigen la plena fidelidad de los cónyuges y reclaman su indisoluble unidad”. Esta indisolubilidad es un deseo expreso del Señor: “Lo que Dios ha unido que no lo separe el hombre” Y uno de los deberes más preciosos y urgentes de las parejas cristianas de nuestro tiempo.

El hombre y la mujer están llamados a esta comunión para complementarse. Están llamados a sumar sus capacidades, a apuntalar sus limitaciones y a armonizar sus esfuerzos. Son iguales en dignidad, son como la cara y la cruz de una moneda que es el ser humano.

Sobre la base de la comunión entre los cónyuges se construye la unión más extensa entre todos los demás componentes. La comunión entre los cónyuges son los cimientos sobre los que se construye la familia.

2) El amor entre ellos se desborda en la familia, empezando por los hijos. La familia cristiana, Iglesia doméstica, es tarea de todos, todos, pequeños y grandes, son arquitectos, albañiles y constructores del hogar. Pero no olviden que los cimientos son los esposos y que la varilla y el hormigón son el amor y la donación mutua.

Esto exigirá tener muy presente el valor del amor que exigirá sacrificio y disponibilidad, comprensión y perdón abundante y sincero. Saber ceder una y otra vez por el bien mayor. El que cede no es el más débil sino que tiene más capacidad de respuesta, más amor. Y el amor como decía Pascal: “Es un artículo maravilloso: cuanto más se da, más le queda a uno”.

3) El Sínodo de los obispos y Juan Pablo II han dedicado una atención privilegiada al papel de la mujer en la familia. Una breve referencia a ella es necesaria:

Hay que devolver a la mujer su auténtico protagonismo dentro de la sociedad y de la Iglesia, sin menoscabar su función materna y familiar como un valor insustituible, especialmente la acción educativa.

Cuando la mujer pierde su sentido de esposa, de madre en el hogar, de cristiana y mujer trabajadora, algo muy profundo se está resquebrajando en la sociedad. No en vano se dice que cuando un hombre se convierte, se convierte un hombre; cuando una mujer se convierte, se convierte una familia.

B) En el sentido a la vida, Dos apartados: transmisión de la vida y educación de los hijos.

1. La transmisión de la vida.

Ciertamente que no hay ninguna antropología, ninguna concepción del hombre, que iguale a la de la Iglesia sobre la persona humana:

– Criatura llamada a la vida.

– Hecha a imagen de, Dios Creador

– Colocada por El en la cumbre de la creación

– Elevada a participar de la vida divina

– Y llamada a una cooperación libre y responsable en la transmisión de la vida humana.

La fecundidad es una dimensión del hombre y de su amor. Esta misión hay que verla, hay que reflexionarla, meditarla como criaturas ante nuestro creador y abiertos a la idea de la trascendencia. Como dice Rabindranath Tagore: “Cada niño es un signo de que Dios no ha perdido su confianza en el hombre”.

Yo estoy en la vida por un acto generoso, por una donación de mis padres. Y por ello estoy destinado a gozar para toda la eternidad de Dios.

Y Yo me pregunto: ¿Hay algún sufrimiento, desvelo que sea comparable a la dicha de cooperar con Dios en dar la vida a una criatura que está encaminada a gozar de Dios eternamente?

Esta idea no va en contra o niega la doctrina de la Iglesia sobre la paternidad responsable. Más bien la afirma y ayuda a los esposos a tomar conciencia de su misión de padres responsables y así tomar una decisión delante de Dios, con generosidad y sentido humano y cristiano que esté de acuerdo con su alta tarea de cooperadores del amor de Dios Creador.

Y esta misión de la familia de estar a favor de la vida es ahora más urgente que nunca donde ha surgido una mentalidad contra la vida que se ha difundido extensamente con la ayuda de poderosos medios económicos y de los medios de comunicación social.

Así, algunos se preguntan si es un bien vivir o si sería mejor no haber nacido o afirman que la vida del hombre es un absurdo. Como llegó a afirmar el filósofo David Hume: “la vida del hombre no es para el Universo de una importancia mayor que una ostra”.

Estos y otros derroteros son por lo que va el hombre como “alma en pena”, en aras de un progreso científico falseado, cautivo de una mentalidad de masas, consumiste, empobrecido de toda “riqueza espiritual” y sin la presencia de Dios en su corazón. Aquí es donde el mundo, aunque no lo palpe, le pide a la familia su identidad: “Familia, sé lo que eres”. Dá lo que estás llamada a dar.

La potenciada atracción del cristianismo en el mundo de hoy, depende en gran parte de la realización visible de la sacramentalidad del matrimonio cristiano y del amor a la vida que haya en la familia cristiana.

2. La educación de los hijos.

El Concilio Vaticano II en la declaración sobre la educación Cristiana de la juventud nos recuerda que “puesto que los padres han dado la vida a los hijos, tienen la gravísima obligación de educar a la prole y por tanto hay que reconocerlos como los primeros y principales educadores de sus hijos. Es pues, deber de los padres crear un ambiente de familia animado por el amor, por lapiedad hacia Dios y hacia los hombres, que favorezca la educación integral, personal y social de los hijos”.

Este derecho – deber es:

– Esencial, porque está relacionado con la transmisión de la vida.

– Original y primario, respecto al deber educativo de los demás.

– Insustituible e inalienable y por tanto no puede ser totalmente delegado o usurpado por otros.

En cuanto a los valores: Los padres deben ser en primer lugar educadores de auténticos valores de la vida cristiana, que son los que forman el ser de sus hijos. No olviden que sus hijos muchas veces son el fiel reflejo de sus padres.

Los hijos deben crecer en una justa valoración de los bienes materiales.

Adoptando un estilo de vida sencillo y austero.

Y convencidos de que “El hombre vale más por lo que es que por lo que tiene”. Que no digan de sus hijos: “son tan pobres, tan pobres que lo único que tienen es dinero”.

Deben crecer con el sentido de la verdadera justicia y del verdadero amor, como servicio desinteresado a los demás, especialmente a los más pobres y necesitados.

En cuanto a la sexualidad: Los padres, ante una cultura que banaliza la sexualidad, interpretándola y viviéndola de una manera reductiva y empobrecida, deben de proporcionarlos, por una parte, una educación sexual clara y delicada, y por otra, una valoración y estima de los principios morales como garantía para un crecimiento personal y responsable en la sexualidad humana.

Cuando la información sexual no está acompañada de los principios morales, se convierte en una introducción al placer, abriendo el camino hacia el vicio desde los primeros años de su adolescencia.

En cuanto a la Fe: Esta misión de la educación exige que los padres eduquen a sus hijos en la Fe. Los padres deben ser los primeros catequistas. La secularización de la sociedad y en muchos lugares también la laicización de las escuelas son exigencias claras de volver al ambiente familiar como base para la educación en la Fe.

Es precisamente el Concilio Vaticano II quien insiste en que la familia es el ambiente de la educación cristiana por excelencia. Los padres deben seguir de cerca en esta educación a sus hijos.

No olviden además los padres de familia: que el mejor modo de educar a sus hijos es a través del testimonio, y que muchas veces ellos nos llevan a cambiar, a vivir aquello que predicamos.

Todo esto no quiere decir que la familia sea la única y exclusiva comunidad educadora, no. Pero sí es la principal y la primera.

Su participación en el desarrollo de la sociedad.

1)Si la familia es la célula primera y vital de la sociedad, sería muy perjudicial que la familia se quedara convertida en un “Ghetto” sin proyección al exterior. El desinterés por la comunidad social y la inhibición ante los problemas que en ella se plantean (como por ejemplo la manipulación de la persona, de sus derechos fundamentales…) todo ello acabaría por destruir a la propia familia.

El amor de la familia debe de transmitirse a la sociedad. Sobre todo en nuestra sociedad las familias cristianas deben aportar sus mejores esfuerzos para que las decisiones políticas vayan encaminadas a favor de un modelo de sociedad más humana, más justa, más honesta y más auténtica.

No olvidemos que el futuro del mundo y de la Iglesia pasa por la familia.

2) Si la familia debe servir a la sociedad no podemos olvidar el servicio que la sociedad debe proporcionar para promover y tutelar la familia. La sociedad no puede dejar su deber fundamental de respetar y promover la familia misma.

La familia y la sociedad tienen una función complementaria en la defensa y en la promoción del bien de todos los hombres y de cada hombre.

Participación en la vida y misión de la Iglesia.

La familia cristiana está llamada, como una de sus tareas fundamentales, a la edificación del reino de Dios en la Historia. ¿Cómo? Participando en la vida y misión de la Iglesia. La unión y la semejanza entre la familia y la Iglesia son estrechísimas: La familia cristiana es como una “Iglesia en miniatura”, “Iglesia pequeña”, “Iglesia doméstica”.

La familia recibe el amor salvífico de Cristo y está llamada a transmitir este mismo amor que salva a los hombres. Recibir y transmitir. Por eso la familia está llamada a evangelizar acogiendo y anunciando la palabra de Dios. La futura evangelización depende en gran parte de la Iglesia doméstica.

Esta idea se ha convertido en una angustiante realidad, ante todos los problemas que amenazan a la Iglesia y en especial la proliferación de las sectas, en México y en toda América Latina. Son muchas las familias y hombres que hay que ayudar:

-A los que buscan la verdad.

-A los que se han alejado.

-A las familias que no creen.

-A las familias cristianas que no viven coherentemente la fe recibida.

Y concretamente ¿qué significa evangelizar?

Juan Pablo II en su segundo viaje a México nos decía en Veracruz: “Evangelizar significa anunciar la buena noticia”. Y la buena noticia que el cristiano comunica al mundo es:

– Que Dios, (el único Señor,) es misericordioso con todas sus criaturas.

– Ama al hombre con un amor sin límites.

Y ha querido intervenir personalmente en su historia por medio de su hijo Jesucristo, muerto y resucitado por nosotros,

– Para librarnos del pecado y de todas sus consecuencias

– Y para hacernos partícipes de su “vida divina”.

He ahí el programa que debemos llevar a cabo con nuestra vida, con nuestro testimonio, con nuestros hijos, con nuestra familia. Y este programa hay que hacerlo vida. Porque nuestras palabras las escucharan posiblemente con respeto, pero los ejemplos, el testimonio es lo que arrastra.

Por eso debemos experimentar a Cristo; ser “monumentos” de la misericordia de Dios. Predicar a los cuatro vientos el mensaje de esperanza que llevamos como cristianos y como iglesias domésticas. Pregonar que hay un Dios que te ama, a pesar de lo que has hecho o dejado de hacer.

“Pensad que habéis sido llamados por Dios en un momento particularmente importante. La Iglesia en efecto se dispone a iniciar el tercer milenio cristiano; América Latina se prepara a conmemorar el V Centenario de la Evangelización del Nuevo Mundo.

Estáis pues llamados a ser los evangelizadores de una nueva etapa de esperanza para la Iglesia y para el mundo”. (Palabras de Juan Pablo II el 3 de enero de 1 991)

No lo olviden, el mundo en que vivimos está necesitado, como pocos, del amor como principio y fuerza de comunión y convivencia. El hombre no puede vivir sin amar, y la familia tampoco. Sin el amor el hombre, el matrimonio y la familia permanecen para sí mismos como seres incomprensibles. Por esto el mundo, nuestro México pide a la familia católica mexicana y a todas las familias de buena voluntad:

Familia: Vive el amor de Familia.”Ama la Vida”.

Familia: Defiende tu fe.

Familia: Sé lo que estás llamada a ser.

Este estudio ha sido tomado con la debida autorización de LA GACETA DEL ARZOBISPADO DE MEXICO del mes de enero de 1992 y su autor es el R.P. Antonio Cabrera LC a quien hay que agradadecerle tan importantes reflexiones.

Reintegración a la familia.

Existe la percepción en muchos segmentos de la sociedad, que las acusaciones que se hacen a la familia, están infundadas. Hay un clamor creciente por el regreso a la vida familiar. El proceso de reintegración está en camino, aunque no será fácil.

A través de la familia, aprendemos a relacionarnos con el mundo y con los demás. Aprendemos una moralidad imposible de obtener en otro lado. Nuevamente, la familia es la máxima invención social del hombre. Si buscamos alternativas falaces, encontraremos que hemos errado ingenuamente y en nuestro propio perjuicio.

Fuente/Autor: R.P. Antonio Cabrera

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